Quién no ha escuchado alguna vez: ”Hoy coméis en casa del abuelo”; ”Nena, este fin de semana los niños se quedan con el abuelo y así salimos un ratico”; “Esta camisa es muy vieja, para el abuelo”; “El abuelo está anticuado”; “abuelo, eso era en tus tiempos”; “Tenemos que poner un tenderete en el patio. Llamad al abuelo, que se entretenga”.
Y así, un cúmulo de despropositos consolidados se contraponen a lo que ocurría hace lustros, cuando escuchábamos: “¿Se ha tomado el abuelo las pastillas para la tensión?”, “niño, ven pronto que el abuelo tiene que comer a su hora”, “que no se entere el abuelo, que le vamos a comprar una camisa de franela muy calentita”, “niño, no molestes al abuelo que está viendo las noticias”. Es por todo ello que el abuelo se deprime y opta entre quedarse solo y llevar una vida de ermitaño, o llamar a Juan y Medio, con la suerte, en el mejor de los casos, de no tocarle una Jacoba, epicénicamente hablando, ya que de lo contrario, el abuelo podría optar por salir a la calle, con ojos desencajados, con una broly de 9 milímetros en la mano (aunque sea de fogueo), alardeando a la voz de “¡Cuidado con el abuelo que soy un mojahidin, pariente de los de puertourracooo!”
Sandra Portero Torres / Santa Elena
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